lunes, 31 de agosto de 2015

CIERRA   LOS   OÍDOS

Un anciano y un niño viajaban con un burro. Caminaban junto al asno cuando pasaron por un pueblo. Un grupo de niños se rió: “¡Qué tontos! Tienen un burro y van andando. Al menos el viejo podría montar”.
El anciano se subió al burro y siguieron. Al pasar otro pueblo, algunos se indignaron al ver al viejo sobre el burro y dijeron: “Parece mentira. El viejo cómodamente sentado y el pobre niño caminando”. Viejo y niño intercambiaron puestos. Y en la siguiente aldea la gente comentó: “¡Es intolerable! El chico sentado y el anciano andando”. Ambos se subieron al burro. Poco después un grupo de campesinos les vieron y dijeron: “¡Es vergonzoso! Vais a reventar al animal”.
El viejo y el niño determinaron cargar el burro sobre sus hombros. Entonces la gente se mofaba: “¡Qué bobos! Tienen un burro y en lugar de montarlo, lo llevan a cuestas”.

De repente, el burro se desplomó por un barranco, hallando la muerte. El viejo instruyó al muchacho: “Querido mío, si escuchas las opiniones de los demás y les haces caso, acabarás más muerto que este burro. ¿Sabes qué te digo? Cierra tus oídos a la opinión ajena. Que lo que los demás dicen te sea indiferente. Escucha solo la voz de tu corazón. 

miércoles, 26 de agosto de 2015

PRECIOSO POEMA DE JOSÉ SARAMAGO

¿Qué cuántos años tengo?
-¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido…
Pues tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Pues unos dicen que ya soy viejo, otros “que estoy en apogeo”.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir: ¡Estás muy joven, no lo lograrás!... ¡Estás muy viejo, ya no podrás!...
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños, se empiezan a acariciar con los dedos, las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada. Y otras… es un remanso de paz, como el atardecer en la playa…
¿Qué cuántos años tengo?  No necesito marcarlos con un número, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas… ¡Valen mucho más que eso!
¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más! Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
 ¿Qué cuántos años tengo?
 ¡Eso!... ¿A quién le importa?
Tengo los años necesarios para perder ya el miedo y hacer lo que quiero y siento!!
Qué importa cuántos años tengo.
O cuántos espero, si con los años que tengo,

¡¡Aprendí a querer lo necesario y a tomar, sólo lo bueno!!